Mente secuestrada en la economía de la atención

En una época donde una gran parte de los procesos está automatizada, en la que tenemos mayor progreso en todos los sentidos, deberíamos tener más tiempo.

Es lo que predecían todos los economistas un siglo atrás. Trabajaríamos menos horas y, sobre todo, tendríamos más tiempo.

Justo lo contrario de la realidad. Y eso es porque estamos en la economía de la atención.

La digitalización y las redes de comunicación ha hecho posible que surjan multitud de nichos de mercado que antes eran imposibles de hacer realidad debido a que, al ser la demanda pequeña y dependía del lugar donde estuvieras, no compensaba los costes. Con las tecnologías de la información y comunicación en red es posible aglutinar esas pequeñas demandas y hacer una mayor.

Casi todos esos nuevos nichos se basan en ofrecer servicios dirigidos a nuestra atención. No tenemos tiempo porque toda nuestra atención es ocupada. Cualquier atisbo de minuto ocioso en nuestra mente es ocupado por algo. Está ahí. Una ventana emergente saludándote.

Si algo caracterizaba las vidas de las personas en la época preindustrial era el aburrimiento atroz, pasar temporadas enteras parados y en la oscuridad desde que el sol se ponía, solo en actividad en las épocas de cosecha o recogida de lana.

Venimos de allí y vamos al lugar opuesto.

Con la llegada de dispositivos móviles -smartphones, tablets y ordenadores portátiles- estamos conectados las 24 horas del día a las redes sociales, medios de información online, el correo electrónico y los cientos de miles de comercios electrónicos a lo ancho y largo del planeta. Todos ellos diseñados para captar tu atención.

Marketing, neurociencia y psicología conductual a su servicio para ocupar tu mente, dirigirla, en lo que recuerda a la novela «Neuromante» de William Gibson.

El deja vu de esta novela de ciberpunk de los noventa no es caprichoso, los insiders de la industria de la atención, antiguos responsables de los Facebook, Google o Apple le llaman «Smartphone distopia». En este cuento la distopia, que es realidad y no ficción, es el secuestro de las mentes de los consumidores. Todo se diseña desde la psicología, neurobiología, farmacología y tecnología para controlar el uso de la dopamina de nuestro cerebro.

La dopamina es el «neurotransmisor del placer», es un compuesto químico que se dispara cuando encontramos placer. Lo que sufren los adictos al juego es que no pueden controlar la dopamina.

Es lo que sucede cuando le das al «Like» de Facebook, el «Me gusta» de Twitter o Instagram, la dopamina se dispara y se consigue un «feedback loop», hace que te enganches más y se cree la sensación de escasez.

Pura ingeniería del hedonismo. Psicológica y social.

La industria de los estímulos digitales mueve aproximadamente un billón de dólares. Solo la industria de los videojuegos mueve más dinero que el cine.

El primer problema es que afecta a nuestra atención, pero esto no es lo más grave, lo peor es que afecta a nuestra concentración y esta a su vez a la voluntad.

La tecnología permite producir información en tal volumen y velocidad que es superior a la que podemos absorber, sobre lo que podemos reflexionar.

Bien utilizado amplia nuestras posibilidades, apalanca los conocimiento o información de manera eficaz para poder aplicar nuestro conocimiento personal y experiencia.

Pero también nos adormila. Y no solo eso. Es una amplificación que puede ser ficticia, ya que como esa información y captura de atención es individualizada y se basa en la experiencia de usuario, te dan solo información sobre lo que te gusta de manera muy concreta. Un pequeño mundo dentro de un mundo.

Así es como funciona el «retargeting», por medio de cookies -un trozo de código que detecta tu i.p.»- registra lo que has visto en internet, entonces cuando entras en otras páginas los sistemas de publicidad te presentan servicios y productos directamente relacionados con lo que has buscado cuando no el servicio/producto que has estado consultando. Por eso parece que a veces nos persigue la misma publicidad.

Esto tiene el problema de que la red te ofrece información de un campo muy limitado, el que dictan tus gustos concretos en tu ocio. Y esto se va estrechando cada vez más, produciendo una retroalimentación –«feedback»– que va haciéndolo más pequeño.

Y para ampliar tu conocimiento en y amplificar tu experiencia se requiere lo contrario, necesitamos perdernos por campos anexos. Para conocer una ciudad necesitas perderte de vez en cuando por sus calles en zonas donde no tenías previsto estar, solo de esa manera puedes tener un cuadro, una visión de conjunto para poder saber dónde estás y hacia dónde quieres ir.

Cuando se popularizó el teléfono, cuando comenzó a llegar a las casas, muchas personas pensaban que había provocado que se hablaran de temas banales, que se hablara demasiado. Puede parecer que lo que ocurre ahora con internet es algo parecido. Sin embargo hay un hecho diferencial enorme; entonces no había miles de profesionales trabajando para captar la atención de los que hablaban por teléfono, por dirigirlos.

Varios estudios señalan que una persona toca cerca de 3.000 veces su smartphone al día. Si en lugar de poner «smartphone» escribiéramos cualquier otra palabra pensaríamos que estamos hablando de adictos con un problema psicológico.

Datos inagotables ←————→ Atención agotable

Lo que tienes que hacer es revertir esta situación, esta dinámica. Como la atención es limitada, la ecuación solo se puede equilibrar de la parte de los datos; hay que consumir menos datos y eso pasa por elegir muy bien las fuentes y los canales de consumo.

Hay que gestionar esa información de manera eficaz. Y eso pasa por elimina cantidad de servicios. Y aquí viene otro problema, como son todos servicios «Freemium», al ser gratuito el coste de oportunidad de tenerlos parece cero.

Pero no lo es, el coste es desviar tu atención, estrechar tu visión y comprensión de la realidad, disminuir tu capacidad de concentración y doblegar tu voluntad.

El coste de oportunidad es terriblemente elevado.

Cómo se domina o regula la dopamina; generando sensación de escasez.

Haz una prueba sencilla; antes de las 10 de la noche deja de mirar cualquier dispositivo con luz -incluida la tele- y coge un libro. Verás qué rápido te duermes. Los estímulos del consumo digital estiran tu vigilia varias horas.

La «vigilia digital» provocada por esos estímulos, a diferencia de la provocada por las drogas y el alcohol, no tiene procedimientos establecidos o estándares para protegerse contra ella.

El mejor antídoto es el hábito de la reflexión, del tiempo para la nada y en definitiva para la voluntad.

Sucede en todos los campos de la economía, también en el financiero.

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