La dimensión con la que medimos el riesgo de un activo de inversión y, por extensión, de una cartera de inversión (que es el conjunto de activos financieros en los que inviertes) es la volatilidad.
Como hemos visto en otras ocasiones, la volatilidad no puede recoger todo el riesgo, pero si una parte significativa y además es la medida estándar que nos permite saber cómo de arriesgado es un activo por comparación con la media de mercado o con otros activos.
Una inversión bien diversificada en acciones suele tener en torno al 20% de volatilidad y la renta fija (fundamentalmente renta fija soberana) en torno al 5%. A partir de ahí podemos comparar.
Los que comenzamos a invertir antes de la última gran crisis, tenemos el ancla psicológica de esta, y siempre está muy presente en nuestra mente las grandes caídas (drawdowns) y su prolongación en el tiempo. Es lo que destroza la psicología personal desde el punto de vista financiero y lo que te hace abandonar.
Son experiencias necesarias para estar vacunado contra lo que pueda pasar y sobre todo te vacunan contra el autoengaño de las proyecciones a futuro. Las grandes crisis marcan a generaciones y establecen pautas de sensatez y precaución que son absolutamente necesarias para el funcionamiento de un sistema de inversión personal que dure toda una vida.
Esto tiene el problema de que nos sesgamos hacia los riesgos que puedan ocurrir y construir carteras de inversión que pierden rentabilidad durante años. Cierto. Pero de esta manera nunca abandonas, o las posibilidades de hacerlo se reducen.
Una persona con un sistema de rendimientos mediocres pero relativamente estable no abandona, una que establece un sistema de rendimiento muy altos pero sin tener en cuenta los peores escenarios, si lo hace y en el por momento.
El desafío es combinarlos.
Para ello vamos a ver cuatro sencillas maneras de reducir el riesgo de nuestra cartera de inversión, cuyo objetivo es no abandonar y seguir invirtiendo, que nuestro patrimonio financiero personal siga creciendo poco a poco, para que responda por nosotros en el último tercio de nuestras vidas, que cada vez van a ser más prolongadas.
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